jueves, 17 de diciembre de 2009

Tommie 'Jet' Smith


La historia del deporte la han escrito todos los deportistas que han aportado algo especial a sus disciplinas. Superación, coraje, valentía son algunos de las características que se asocian siempre a los grandes campeones. Pero para llegar al Olimpo del deporte, a ser un mito, una leyenda, se necesita, además, influir de manera especial en las sociedades de la época. Éste es el caso de Tommie Smith (6 de junio de 1944 en Clarksville, Texas) cuya gesta social superó, y casi nubló, a la deportiva.



El 16 de octubre de 1968, en los Juegos Olímpicos de México, Tommie Smith asombró al mundo del deporte en los 200 metros lisos. Y después enmudeció al planeta entero. Han pasado ya más de 40 años, pero su recuerdo sigue imperecedero. Inalterable al paso de los años. Quizás uno de los periodistas que mejor hayan sabido describir su gesta haya sido Santiago Segurola en un artículo escrito hace 11 años en El País: “Aquella tarde, Tommie Smith hizo historia en todos los sentidos. Su nombre evoca lo mejor del deporte y de la dignidad del hombre, representada en una imagen que figura como uno de los grandes iconos del siglo XX: un atleta negro sobre el podio, el brazo en alto frente a la bandera americana, el puño derecho enfundado en un guante negro, la cabeza ligeramente humillada, el oro sobre su pecho, la protesta en el momento de la gloria, el miedo a las represalias, la ebullición de un hombre que temía ser tiroteado”.


En ese instante, Tommie Smith acababa de ganar la final de 200 metros, con un tiempo de 19.83 segundos. Una marca estratosférica para la época. Solamente por esa carrera, Smith ya debería ser considerado una leyenda. Nadie había conseguido bajar de los 20 segundos de forma oficial. La carrera se presentó como un mano a mano entre él y su compatriota John Carlos, que tomó ventaja en la curva. Casi dos metros. Pero los 80 últimos metros de Smith eran insuperables. Apodado Jet por su facilidad para acelerar, Tommie Smith recuperó la desventaja y adelantó fácilmente a Carlos. Los últimos metros de la carrera sirvieron para que el norteamericano pudiera entrar en la línea de meta con los brazos abiertos.

Smith fue un atleta alto (1,91 metros) y ligero. De zancada amplia y elegante. Fue modelo para muchos sucesores en la velocidad pura. Carl Lewis, Donovan Bailey o Usain Bolt son copias modernas de lo que significaba Jet en su época. Estas condiciones naturales le permitieron matricularse en la Universidad de San José State, el paraíso de los atletas americanos. Pero su camino hasta ese día marcaría de manera definitiva su carrera como atleta. Séptimo de doce hijos de un recogedor de algodón de Texas, Smith sufrió en sus propias carnes la discriminación racial de Estados Unidos. La huída de su familia hacia California no mejoró las cosas para él, y siguió sufriendo en sus propias carnes abusos e intolerancia. Estos años de juventud arcaron sin lugar a dudas su personalidad y sus fuertes convicciones políticas.


En San José State coincidió con excelentes atletas (John Carlos, su compañero en el podio, también entrenaba allí) y con una persona que marcaría su futuro, para bien y para mal: Harry Edwards, profesor de sociología en dicha Universidad americana. Amigo de Martin Luther King, Edwars fundó un movimiento de boicot contra los Juegos Olímpicos por la admisión en el Comité Olímpico de Suráfrica, además de pedir la dimisión por racista de Avery Brundage, presidente de dicho comité, y la devolución a Mohamed Alí del título de campeón del mundo de boxeo. A este movimiento, aparte de Smith, se unieron atletas como John Carlos o el jugador de baloncesto Lew Alcindor (que pasaría a la posteridad como Kareem Abdul Jabbar).


Pese a que terminaría acudiendo a los Juegos, Tommie Smith estaba dispuesto a llevar la protesta a un nivel superior. Lo demostró después de su brillante victoria en los 200 metros. Tras la carrera, y justo antes de la ceremonia de entrega de medallas, Smith abrió una bolsa y sacó dos guantes negros: "John, ha llegado el momento. Aquí están todos estos años de sufrimiento, de miedo. Yo voy a hacerlo. Tú decides lo que quieras"."De acuerdo. Yo también lo haré", le dijo John Carlos. Tommie Smith le entregó el guante izquierdo. Él se quedó con el derecho. Tenía miedo. "Tommie, si alguien dispara, ya conoces el sonido. Muévete rápido". Poco antes de salir al estadio para recoger las medallas, se encontraron con un aliado insospechado. El australiano Peter Norman, sorprendente segundo en la final, se interesó por la decisión de los dos atletas estadounidenses. Norman, de raza blanca, dijo que apoyaría su protesta y para acreditarlo se colocó en el pecho una insignia del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos, el movimiento creado por Harry Edwards. Años después, Peter Norman describiría perfectamente lo que significó aquel gesto: “Ellos sacrificaron sus vidas por una causa pacífica en la que creían. Y estar implicado en esa historia como yo estuve, aunque sea de una manera tan pequeña, te marca de por vida”.


El resto es historia. La imagen de los dos atletas negros se recordará siempre como la imagen por la igualdad racial en el mundo. Aquel gesto truncó sus carreras deportivas. Avery Brundage, presidente del COI, los expulsó de la Villa Olímpica, previo despojo de sus respectivas medallas. A partir de ahí, Smith y Carlos sufrieron la segregación racial en silencio. Fueron tratados como antipatriotas y agitadores, recibieron amenazas y sufrieron en silencio la represión social. Décadas después de esa maravillosa e histórica imagen, las primeras voces comienzan a aparecer para reconocer a los dos atletas como símbolos del deporte.


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